Mirar a las estrellas y sentir la inmensidad del Universo sobre tí, es un clásico. Volver la mirada a lo circundante y recuperar la medida de las cosas, tu lugar, es el consuelo que le sigue. La ida y vuelta de esa experiencia esta domesticada. Pequeño, insignificante, relativo, grande, único.. son reversibles. Decir "inmensidad" te llena la boca.
Decidimos pasar unos días de las Navidades con unos amigos, en unas cabañas perdidas por Canelos. En la Selva del oriente a unos cuarenta kilómetros del Puyo. A unas dos horas y media de Baños en coche.
Me bajé de la furgoneta y de nuevo tuve la certeza de que los movimientos que se sucedían a mi alrededor tomaban decisiones por mí. Esta vez no había cuerdas. A unos metros de la carretera, entre la maleza me esperaba una canoa de cedro. De unos cinco metros. Calibrada al milímetro. Robusta y ligera. El dueño de las cabañas había ido corriendo a pedir el favor en la Comunidad de indígenas cercana para que uno de ellos y su canoa me acercaran al otro lado del río, unos metros más abajo. Y de allí me llevaran en camilla hasta nuestro destino final; todo ello porque se habían olvidado de que era una persona con movilidad reducida, en silla de ruedas. Era 25 de diciembre y en la Comunidad quichua estaban celebrando al Niño, así es que fue una suerte que alguien quisiera hacer el favor.
Mi mirada y mi ansiedad escrutaban las piezas de todos los movimientos para construir el puzzle de mi traslado. Y en esas se me perdió su nombre. Tenía el pelo negro, liso, grueso. Era pequeño, fibroso. Una expresión ambigua en el rostro que ya me era familiar. Con una sonrisa siempre esbozada y una mirada cándida pero no. Y no sabes porque tienes el sentimiento de que te estás perdiendo mucho, que no conoces los códigos y que lo no dicho es sordo para tí en ese entorno. Su camiseta roja de la selección...no sé cual de fútbol con el nombre de Daniel en amarillo brillante a la espalda. El descalzo, nosotros con unas botas de agua gruesas de media caña. El con las piernas al descubierto, nosotros bien tapaditos...por los mosquitos.
Subimos a la canoa sin dificultad y no hubo forma de discutir, a quien dominaba el entorno, que yo debía ir subida sobre la silla en mitad de la canoa. Daniel frente a mí, y "Daniel el de la camiseta" al tras, llevando la embarcación. El uno mirando al otro. Y yo mirando al uno que miraba al otro. El sistema de comunicaciones quedo así establecido. Alzamos la vista y saludamos a María, Esteban y los cuatro niños cruzando sobre nuestras cabezas el puente colgante, ya de camino y también con sus dificultades. Les quedaba kilómetro y medio a pié.
El trayecto hasta la orilla fue corto y larguísimo. El deslizamiento de la canoa en el agua era suave. Anochecía y el sol se ponía en una de las orillas. Salió el arcoiris entre las nubes grisaceas y el cielo azul aún. El ruido del palo entrando y saliendo del agua y de las aves echando el vuelo por sorpresa de entre los árboles. Sentí. Y luego he podido pensar en esos minutos compartidos con Daniel. Pero no soy capaz de más.
Y llegaron los rápidos. No eran grandes. Los bajos de la canoa empezaron a chocar con las piedras del fondo. Metí la mano para hacerme a la idea de la temperatura del agua cuando cayera, y me pregunté si habría pirañas. El agua marrón arcilla no dejaba ver el final de mi mano sumergida. Arquímedes sabía mas que "Daniel el de la camiseta" y definitivamente no había sido buena idea subirme sobre la silla dentro de la canoa. El equilibrio era milimétrico. Yo veía que Daniel abría los ojos hasta la nuca y me agarraba con fuerza, pero no sabía porqué. " Tu no ves la cara del indígena!!!" -me decía-. "Ahhh, no me pellizquess" -gritaba-. "Es que tu no ves la proa de la canoa!!!" -decía yo-. Estaba claro que los tres sentimos en algún momento que el vuelco era inminente. Pero no fue así.
Llegamos a la orilla. Me dolían las manos de haber sido cedro. Un Daniel en cada brazo y hacía la maleza!. Pero en un momento dado mi Daniel empezó a menguar como Alicia en el País de las Maravillas. Nos miramos. No entendíamos. "Me hundo!!!"- grito- "¿Son arenas movedizas?"- sus ojos retornaron a su nuca. "Si" - respondió el de la camiseta- "pero sólo unos metros". Nos entró la risa. Conocemos esa risa desde hace ocho años. Vino con la lesión. Sobreviene en los peores momentos. La primera vez que tardamos media hora en subirme al coche, en la Playa del Papagayo de Lanzarote, cuando las olas me tiraban y no me dejaban salir y tras tres cuartos de hora exhaustos, los bañistas y amigos comprendieron que nuestra risa era de apuro y por fín acudieron en nuestra ayuda...No sé cómo, ni él tampoco, pero saco pie y bota y al fin llegamos a la orilla. Montaron la camilla del ejército suizo. Me subí sin rechistar. Miré los pies descalzos del uno, la pendiente y sentí las gotas de agua que caían de esas hojas inmensas en mi cara. Alcé los brazos y los crucé sobre las gotas.
Llegamos al primer puente. dos...dos..repito dos troncos de bambú lleno de verdín. Dije que cruzaba andando, pero todos al unísono gritaron que no. Yo no confiaba en ellos y ellos no creían en mí. Los pies descalzos de "Daniel" no me preocupaban tanto cómo las botas del suizo que cigarro en boca iba asfixiado. Los resbalones habían sido continuos durante todo el trayecto. Los troncos se curvaron al paso pero como bailarinas expertas colocaron sus pies "en dehors" y mantuvieron el equilibrio. Después del segundo puente ya sólo me acompañó el miedo a que de entre aquellas hojas que me golpeaban la cara cayeran arañas o ella....la serpiente que me esperaba como "Eva de Mayo". Nada de todo aquello pasó pero se pensó y llegamos. Cansados. Satisfechos todos. Con la adrenalina aún en vena. Al poco, una rica cena, la buena compañía, unas risas y una cerveza. ¡Feliz Navidad! -en la cabaña había un arbolito con espumillón-.
Ya en las cabañas, cuando se apagaron todas las luces, mi cerebro reptiliano tomó el control. Nunca había visto una negritud igual, tan ruidosa. Sentía una presencia continua no definida. Parecía que sólo nosotros habíamos establecido que era hora de descansar. Dí vueltas en la cama toda la noche. No sentía ningún miedo, pero la presencia no se me iba de la piel, toda rededor. Nació una angustia muy primaria de mi estómago que no tenía explicación y que me mantuvo alerta cada minuto de oscuridad. Caí en un letargo de vigilia, cuando de pronto un estruendo me sentó de golpe sobre la cama. Simplemente estaba lloviendo cómo nunca antes había oído. "Sentí que se me caía el cielo encima" acababa de escalar grados y llenar el lugar común de nuevos significantes, vamos...de nuevas emociones, con rango entre la duda, la incredulidad, el asombro, la inquietud, la fascinación, la risa, la aceptación -ya tumbada de nuevo- y el disfrute de camino al letargo de vuelta. No recuerdo si dormí algo aquella primera noche en la selva, pero a la mañana siguiente la asamblea de aves ya no me pareció tan multitudinaria como la de Mindo. Quizás permanecí aletargada todo el día siguiente.
Por supuesto no tengo fotos de todo ello. Estaba en ello. Pero para la segunda entrega prometo muchas.
detalle de mural - Museo Guayasamin
con los cinco sentidos
viernes, 16 de enero de 2015
miércoles, 14 de enero de 2015
Nuestro fin de año. En Baños
El Año Viejo deja a sus viudas encargadas de sus exequias. Así, los hombres vestidos de mujeres -las viudas- piden en cada esquina unas moneditas para "El viejo", que será quemado a media noche durante los primeros segundos del Año Nuevo. Lo que fuera hace tiempo, se ha convertido en una sucesión de paradas interminables donde las viudas bailan, se suben sobre el coche, llegando a parar las vias principales y provocando atascos de kilómetros.
Las primeras veinte paradas son en principio hilarantes, después graciosas, curiosas. Quizás hasta las cincuenta no haga su aparición la desesperación, las prisas por no llegar a la cena pactada en el hotel. Pero a partir de entonces, cuando las monedas se terminan hay que tomar una decisión. Una adaptativa y otra no.
A partir de la parada sesenta.... "¿cómo es posible que una carretera que une Alaska con el polo austral se paralice porque unos hombres vestidos de mujeres decidan vestirse de mujer y ponerse a bailar como locas y no te dejen pasar si no les das algo?¿y la policia que está ahí no hace nada?!!!!. Ahhhhh!!!! pasa, pasa de ellos!!.¿No se dan cuenta de que vamos de viaje y tenemos que llegar a tiempo?!!!".....y no pasábamos
A partir de la parada setenta...."Feliz Año guapaaaa!!!!!, no me quedan monedas preciosa vengo desde Quito...estás espectacularrrr!!!!!!!!...y tras unos segundos de meneitos frente al capó las cuerdas que impedían el paso bajan a golpe de piropos, nos despiden con besos al viento y la satisfacción de haber sido las viudas perfectas por unos segundos....
Y...por fin estamos en el Samari, nuestro remanso de paz. Esta vez mi oído no confundiria al pavo real con un gato en celo. Y mis ojos ya se hanbrán acostumbrado a ver los aguacates caer sobre el techo del coche...
Y después de una buena cena.....
Los viejos estuvieron preparados para llevarse lo que fue del año aligerando la carga para poder seguir hacia delante.....
Sentados alrededor y frente a los "viejos", tomamos doce uvas, una cada último minuto del Viejo, saboreando cada deseo para el Nuevo... |
Y saltaron por encima del Viejo...yo también, con las ganas. "lo pasado...pasado"
lo que quedó de lo vivido forma parte de mí
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